En medio de un país sumido en la violencia y el narcotráfico, un pequeño restaurante en las afueras de la ciudad se convierte en el escenario de oscuros secretos. Ramiro, un joven sencillo y reservado, trabaja como lavaplatos en este establecimiento italiano, conocido por sus exquisitos platos de carne que atraen a clientes de todas partes, incluidos policías, militares y políticos. Mientras el país se conmociona por la sangrienta toma del Palacio de Justicia, Ramiro comienza a notar inquietantes detalles que lo llevan a cuestionar todo lo que lo rodea.
Esta obra es una pieza de ficción. Los personajes, eventos y lugares descritos son creaciones del autor y no están basados en la realidad. Cualquier similitud con personas reales, vivas o fallecidas, o con hechos y lugares específicos es mera coincidencia. Las situaciones y diálogos presentados en esta historia son producto de la imaginación y no deben interpretarse como representaciones de hechos reales.
Ramiro llegó al restaurante a las 4, justo a tiempo para el inicio de su primer turno. El sol comenzaba a ponerse sobre Bogotá, llenando el cielo de tonalidades anaranjadas. Hacía un poco de frío, una sensación inusual para las tardes en Cali. Respiró hondo antes de entrar al establecimiento, donde lo recibió un interior resplandeciente, iluminado por elegantes candelabros que colgaban del techo. Los manteles a cuadros adornaban cada mesa, dando un toque acogedor al ambiente. El lugar estaba vacío, ya que el bullicio de la cena aún no había comenzado. Una mesera joven, de pelo negro, se le acercó con una voz tranquila y amable.
Hola soy Daniela, Debes ser Ramiro bienvenido; Aqui esta tu uniforme
Daniela le muestra a Ramiro su casillero y le da su
uniforme; todo de blanco, camisa blanca , pantalones blancos, guantes y
botas blancas.
Ramiro se cambió y Daniela lo llevó a la cocina. De repente, el estruendo de una voz profunda y enérgica capturó su atención. Al acercarse, vio a un hombre corpulento, de unos 50 años, cuya presencia era imponente. Su cabello gris estaba salpicado por toda la cabeza y un bigote grueso acentuaba su rostro robusto. Este hombre, que se presentó como Gigi Ferruzo, estaba frente a un televisor en la esquina de la cocina, gritando emocionado mientras se transmitía un partido de fútbol.
El chef se dirigió a Ramiro con paso decidido y una mirada penetrante. Al llegar a su lado, le dio un apretón de manos firme, casi dominante, y se presentó: —Hola, soy el chef Gigi. Bienvenido al restaurante, ragazzo. Tu trabajo es sencillo: asegúrate de que la cocina esté siempre limpia para que los cocineros puedan trabajar sin problemas, ¿entendido? Solo tengo una regla... —dijo, con un tono que dejaba claro que no había margen para discusión—. La carne solo la toco y la preparo yo, ¿capiche? Si logras cumplir con esa simple regla, te irá muy bien aquí. Te deseo lo mejor.
El turno de Ramiro transcurrió sin incidentes. Se adaptó rápidamente a las
rutinas del restaurante, manejando el intenso ambiente de la cocina. Sin
embargo, las palabras del Chef Gigi seguían resonando en su mente: Solo él
podía tocar la carne. Ramiro no podía evitar preguntarse por qué esa regla
era tan crucial, sospechando que había algo más detrás de la obsesión del
chef.
.
Para Ramiro, la vida en Bogotá era una experiencia de adaptación constante. Vivía en un apartamento pequeño cerca del centro de la ciudad con su madre, quien trabajaba en la cafetería del Palacio de Justicia. El bullicio del centro de Bogotá contrastaba con la tranquilidad que solía conocer en Cali. Las calles estaban llenas de gente, el tráfico era denso, y el ritmo de la ciudad nunca parecía detenerse. La cercanía al Palacio de Justicia le permitía a su madre estar cerca de su lugar de trabajo, aunque también implicaba que Ramiro tenía que hacer toda una travesía para llegar a su trabajo en la calera.
Ramiro había estado trabajando en L´Angolo de Gigi durante una semana, y ya comenzaba a adaptarse a la rutina del restaurante. A pesar de los desafíos, se sentía más cómodo con su papel y con la dinámica del lugar. Esa tarde, Gigi le había pedido que se encargara de sacar la basura. Ramiro, aún en proceso de habituarse a las tareas asignadas, tomó la bolsa de residuos y se dirigió al área de los desechos.
Al llegar al contenedor de basura, Ramiro notó algo extraño. Al lado del basurero, había una bolsa de ropa que parecía fuera de lugar. Era evidente que estaba manchada de sangre. Ramiro frunció el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación.
Confundido, Ramiro se dirigió a Daniela, que estaba cerca del área de
comedor, atendiendo a los clientes. "Daniela, ¿puedes decirme qué es eso?"
preguntó, señalando la bolsa con la ropa ensangrentada. Daniela lo miró
con una expresión que reflejaba tanto la sorpresa como la resignación.
"Ah, eso," dijo con un tono que mezclaba indiferencia y familiaridad.
"Aquí siempre se ven y se oyen cosas extrañas. Es mejor no preguntar
demasiado.".
La respuesta de Daniela dejó a Ramiro con más preguntas que respuestas.
Inquieto por la situación, intentó no pensar demasiado en ello, pero la
frase de Daniela insinuaba que había misterios en el restaurante que era
mejor no desenterrar. Decidió enfocarse en su trabajo y adaptarse al
entorno, dejando de lado, por ahora, las incógnitas que lo rodeaban.
Era un miércoles 6 de noviembre de 1985. Ramiro y su madre se levantaron temprano, como de costumbre. Aunque el día prometía ser ordinario, todo cambió en un instante. Su madre salió para el trabajo como siempre y Ramiro se empezó a alistar para ir a comprar unas verduras al supermercado, ya que su turno en el restaurante era por la noche.
Mientras Ramiro se vestía, encendió la radio para escuchar las noticias. La voz del locutor, con un tono urgente, interrumpió la programación habitual. "Última hora: el Palacio de Justicia está siendo tomado por un grupo armado," anunciaba la radio. Las palabras de la noticia resonaron en el pequeño apartamento de Ramiro, causando una sensación de terror y confusión.
Con el corazón acelerado, Ramiro intentó contactar a su madre por teléfono, pero las líneas estaban saturadas. Sin perder tiempo, se echó a la calle y corrió hacia el Palacio de Justicia, situado a una distancia razonable de su hogar. La ciudad estaba en un estado de caos, con gente corriendo y gritos resonando en las calles. Las tanquetas militares se habían desplegado por el área.
Las horas pasaron lentamente, y Ramiro continuó buscando desesperadamente a su madre. La noticia de la toma del Palacio de Justicia se iba difundiendo por los medios, pero los detalles eran fragmentarios y a menudo contradictorios. La ansiedad y la preocupación se apoderaron de él mientras observaba cómo el día se transformaba en una pesadilla interminable.
La situación era desesperante: sin respuestas claras ni forma de saber el estado de su madre, Ramiro se encontró atrapado entre la esperanza de encontrarla a salvo y el miedo a lo peor. Su primer día de trabajo en el restaurante y su nueva vida en Bogotá parecían ahora un mundo lejano, eclipsado por el drama y el horror de una crisis que había irrumpido en su realidad.
Ramiro paseaba ansiosamente por la plaza, buscando respuestas sobre el paradero de su madre. Mientras caminaba, notó algo inusual: el chef Gigi, Estaba entrando por el parqueadero del Palacio de Justicia. Intrigado y preocupado, Ramiro decidió esperar y observar. Tras media hora, Gigi salió del edificio y se subió a un camión sospechoso, que carecía de placas. La escena despertó en Ramiro una creciente inquietud, y su mente empezó a formular teorías sobre lo que podría estar sucediendo.
En medio de su preocupación, un militar se le acercó. Con un tono
profesional pero serio, le informó que si tenía familiares dentro del
palacio, alguien estaría intentando comunicarse con él en los próximos
días. Le aconsejó que se dirigiera a su casa, ya que el operativo podría
prolongarse más de un día. Aunque Ramiro estaba decidido a quedarse y
seguir buscando, la recomendación del militar y la preocupación por la
seguridad de su madre lo llevaron a reconsiderar. Finalmente, tras mucho
deliberar, optó por ir al restaurante para distraerse y tratar de mantener
la calma en medio del caos.
Ramiro regresó al restaurante con el corazón acelerado y las manos temblorosas. Daniela le pregunta qué le pasó, él le cuenta lo de su madre y además le dice que vio al chef Gigi entrando y saliendo 30 minutos después en un camión sin placas , le parecio extraño, pero no puedo investigar más porque le pidieron que se retirara. Daniela le dice que se tranquilice, que solo queda esperar a que las noticias digan algo.
Esa misma noche, el chef Gigi le pidió a Ramiro que esperara a los proveedores de carne. Cuando el camión llegó, Ramiro lo reconoció al instante como el mismo en el que había visto a Gigi salir del Palacio de Justicia horas antes. La parte trasera del camión se abrió y un olor casi insoportable a carne fresca invadió el aire. Ramiro y sus compañeros comenzaron a descargar las bolsas y las colocaron en el congelador del restaurante.
Mientras el restaurante se iba vaciando, Ramiro decidió quedarse un poco más. No estaba listo para regresar a la soledad de su casa, y la preocupación por su madre lo mantenía inquieto. Aprovechó el momento en que el restaurante ya estaba por cerrar para organizar algunas cosas.
Solo en la cocina, Ramiro decidió explorar las bolsas de carne en la nevera. Cuando comenzó a revisar, se encontró con un trozo de carne que le pareció extraño.
Al examinarlo más de cerca, quedó paralizado al descubrir un amuleto de oro incrustado en la carne. Con el corazón latiendo con fuerza, Ramiro se dio cuenta de que el amuleto pertenecía a su madre. La horrenda realidad comenzó a formarse en su mente, y el pánico se apoderó de él al conectar los inquietantes puntos entre la carne y la desaparición de su madre.
Ramiro, horrorizado al descubrir el amuleto de su madre en la carne, salió disparado hacia su casa. La mente le daba vueltas, incapaz de procesar la terrible realidad que acababa de encontrar.
Mientras corría, los pensamientos sobre cómo los generales sabían de la situación y habían ayudado a Gigi a obtener la carne le atormentaban. La idea de que carne humana pudiera estar siendo servida en el restaurante lo llenaba de pánico y asco. Las preguntas se acumulaban en su mente, abrumadoras y sin respuestas. Al llegar a su apartamento, Ramiro estaba en un estado de delirio. La ansiedad y el miedo lo habían sobrepasado, y en medio del caos mental, se desplomó en el suelo, exhausto y desesperado.
A la mañana siguiente, Ramiro despertó en el suelo de su apartamento, aún con la sensación de que todo había sido una pesadilla. Se levantó, frotándose los ojos con la esperanza de que el horror de la noche anterior fuera solo un sueño. Pero al mirar a su alrededor, la cruda realidad lo golpeó con fuerza: no había sido un sueño.
El amuleto de su madre y el oscuro secreto del restaurante eran demasiado reales. El miedo y la confusión se apoderaron de él mientras trataba de entender su próximo paso en esta pesadilla que no parecía tener fin.
Decidió después de mucho pensar volver al restaurante para poder investigar más conseguir las pruebas necesarias y traer justicia a su madre y a todas las personas del palacio de justicia. Para confirmar sus sospechas, comenzó a investigar de manera discreta en la bodega, en donde encontró partes de ropa y hasta documentos de identidad en pedazos. No sabía que debía hacer porque uno de esos cuerpos podría ser su madre.
Al paso de los días, Ramiro empezó a conectar las entregas de carne con las noticias de las víctimas desaparecidas del Palacio de Justicia. Cada vez que veía un informe en la televisión o escuchaba una conversación en la radio, su corazón se hundía un poco más. Las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar, y la magnitud del horror se hizo evidente. Ramiro comprendió que estaba en medio de algo mucho más grande y peligroso de lo que jamás había imaginado.
Ramiro se encontraba en una encrucijada moral. Sabía que debía denunciar lo que había descubierto, pero también era consciente de que hacerlo podría costarle la vida. Pasaba noches en vela, debatiéndose entre el deber y el miedo. Pensaba en su madre y en las otras víctimas, y la culpa lo consumía. Finalmente, decidió que no podía quedarse callado. Aunque el riesgo era enorme, sabía que debía hacer lo correcto, sin importar las consecuencias.
Decidido a exponer la verdad, Ramiro comenzó a recopilar pruebas de manera más activa. Sin embargo, sus movimientos no pasaron desapercibidos. Una noche, mientras intentaba tomar fotografías de los documentos en la bodega, fue interceptado por los hombres del dueño. Lo arrastraron a una habitación oscura del restaurante, donde lo esperaba el chef Gigi, una figura imponente que hasta entonces había sido un personaje secundario en la vida de Ramiro. Pero en ese momento, todo cambió. Gigi lo miró con una sonrisa fría, una que Ramiro no había visto antes, y le dijo en voz baja: "Sabes demasiado, Ragazzo. Aquí es donde termina tu curiosidad".
Desesperado, Ramiro intentó negociar, ofrecer silencio a cambio de su vida, pero Gigi simplemente negó con la cabeza. Fue entonces cuando Ramiro notó algo en la expresión de Gigi: una mezcla de fanatismo y orgullo. Con un tono casi ceremonial, Gigi le explicó que él y sus socios formaban parte de una secta caníbal compuesta por miembros de la élite bogotana. Ellos no solo disfrutaban de la carne humana; para ellos, era un símbolo de poder, una forma de afirmar su superioridad sobre los demás.
Ramiro, horrorizado y asqueado, intentó luchar, pero no tenía escapatoria. Los hombres que lo habían capturado lo sujetaron con fuerza mientras Gigi preparaba un ritual oscuro que había sido practicado por décadas en lo más secreto de la sociedad bogotana. A medida que el chef comenzaba su macabro festín, Ramiro sintió la desesperanza invadirlo.
Y así, en esa noche sin estrellas, Ramiro se convirtió en una más de las víctimas de la oscura conspiración que había jurado desenmascarar. La verdad que había descubierto nunca llegaría al público, sepultada junto con él en las sombras del poder y la corrupción.